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De las transformaciones del espíritu


"Jamás leas un libro que no estuvieras dispuesto a que se volviera la biblia de la siguiente generación".



En el libro Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzche describe las tres transformaciones del espíritu.


Al principio, el espíritu baja de su estado etéreo para convertirse en un camello. Su mundo es dominado por el deber: el mundo le implanta cada una de sus expectativas, motivos y planes que hacen más y más pesada la carga del camello, con la cual debe cargar a cuestas. Con este peso, el camello sale a explorar el desierto de lo desconocido.


En medio de la arena, el camello encuentra un formidable adversario: el dragón "tú debes!".

En cada una de sus ásperas escamas, el dragón tiene la marca de un deber, una tradición milenaria o una duda del camello. Si el camello es fuerte de espíritu, responderá con la mejor arma: NO!


La negación, decir NO, hacen que el camello asesine al dragón, y renazca en la segunda transformación del espíritu: el león. El león deja a un lado todas las cargas, por lo que está dispuesto a tomarse el mundo con rapidez y fiereza. El mundo gira entorno al "Yo deseo".



El león consigue con su furia la libertad, acabando con todo lo que limite su voluntad. Sin embargo, aún no es capaz de lograr el estado más avanzado del ser humano: la creatividad. Por esto, en algún momento el león deja de actuar con base a reacciones a algo externo, y se vuelve el creador de su propio mundo, a lo que nace la última transformación del espíritu: el niño.


En este estado, el ser es capaz de olvidar, para crear, y frente a un mundo que creía conocido se encuentra ahora con inocencia, sorpresa y curiosidad.


La reflexión sobre este maravilloso pasaje es la siguiente: cuando somos niños, somos inocencia pura y posibilidad infinita de invención, pero el mundo nos llena la cabeza de ideas. Tu debes estudiar, debes ser responsable, debes estudiar algo que te aporte dinero, miles y miles de historias que no son más que esto, HISTORIAS. El niño entonces pierde la capacidad de amar, pues la pesadez del deber le aplasta su cara contra el piso, y no tiene libertad para elegir.


En todo este proceso de crecimiento, llega un momento en que un hombre debe decir NO y trascender el deber. No para volverse irresponsable, sino justamente para adquirir la mayoría de edad. Si la responsabilidad es la capacidad para responder, sólo quien es libre puede ser responsable.


Muchas personas viven hasta sus últimos días haciendo lo que creen que deben hacer, pero es importante entender que NO hay que hacer NADA. Todas las imposiciones y limitaciones son mentales. Por fuera de nuestro pequeño ego, el mundo no pide nada de nadie, sino que es un espacio en el cual puede florecer la creatividad, la libertad y la voluntad. Por esto, invito a quien lea esto, a que empiece a cambiar el paradigma del deber, a uno de voluntad: lo que hago, es porque quiero hacerlo.

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