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Para qué nos movemos?

 

 

La respuesta a esta pregunta depende del momento del que hablemos. En tiempos en que los seres humanos eramos cazadores y recolectores, moverse era sinónimo de supervivencia: quien no se movía, moría. Los grupos humanos eran nómadas, y su vida giraba alrededor del uso del cuerpo. 

 

Ya para tiempos de la Antigua Grecia, empiezan a surgir los primeros deportes, así como los juegos olímpicos. La gimnasia, el atletismo y las artes de la guerra proveían a los griegos de movimiento, que ya empezaba a ser un tema más de ocio que de necesidad.

 

Con el repudio del cuerpo y todos sus "pecados", como la sensualidad y la belleza representadas por la mujer, en la Edad Media el mundo católico repudió el ejercicio físico. Los cuerpos escondidos se volvieron débiles y faltos de vigor. 

 

Con el resurgimiento del humanismo, el interés del cuerpo tomó relevancia, como lo muestran los estudios anatómicos de Leonardo da Vinci. 

A partir de este momento, los estudios del ejercicio como forma de fortalecimiento y de salud mental fueron creciendo. Con la llegada del Estado benefactor en la segunda mitad del Siglo XX, el sedentarismo empezó a convertirse en un problema de salud pública. El movimiento se volvió tratamiento y medicamento, aunque pocas personas le dieran su importancia.

 

Sin ánimos de agotar el tema de la historia del ejercicio, lo cual se hará en otro momento, podemos decir que los humanos nos movemos por necesidad, por salud y por ocio. El movimiento también es usado como forma de expresión artística. 

 

Nos movemos para estar sanos, para no olvidar nuestra humanidad y porque debemos y podemos. Usualmente nos movemos con un fin en mente, y es solo cuando el cuerpo no responde, que nos damos cuenta de él como algo que existe. Pero no debe ser siempre así: podemos movernos con el fin mismo de movernos, experimentando al cuerpo como algo actual y viviente. Este es el enfoque de esta página. 

 

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